Coagulada la sangre en cada estación,
estiro la piel a punta de grito.
Como gotas de hombres hirvientes
cuando
el peor infierno es la sed.
Todo el mundo con su manual vertebrado;
libro tallado
con el mismo plasma
que sujeta
finamente
aquellas pequeñas verdades.
Y el sol es una roca de metal plantado
en una débil,
incoherente,
estancia de vuelo.
Y vos.
Y vos insistís con tus manos para arroparme.
Las cosas más cercanas no tienen nombre.
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